“No se trata de sanar, se trata de no tener que enfermar”.
En su constitución aprobada en 1948, la Organización Mundial de la Salud (OMS) define “salud” como un estado de completo bienestar físico, mental y social, no solamente la ausencia de enfermedad o dolencia.
La palabra “salud” proviene del latín “salutis”, salvación, esta definición se asocia a la suerte. La salud dependería de la fortuna, del estar salvado, un estado de plenitud y satisfacción utópico, que permanentemente se procura alcanzar, que nunca es suficiente. Esta acepción desvía el estado de plenitud y satisfacción del ser humano ubicándolo por fuera de su sistema.
Las concepciones platónicas han arraigado en nuestra cultura un concepto de espíritu perfecto e inmaculado, en las que éste es “una cosa” y el cuerpo otra: nuestro organismo es algo que hay que purificar, por lo tanto, hoy está sucio, sujeto a las paciones y nacido del “pecado” original, que introdujo y potenció más tarde la religión cristiana (no me refiero a la religión Crística). Son las mismas concepciones en las que Dios está afuera, perfecto e imposible de alcanzar, las que hacen de la salud algo no intrínseco al organismo y responsabilidad del individuo, por lo tanto, también inalcanzable, utópico.
En esta dirección, Descartes profundizó aún más el dualismo entre cuerpo y alma, y durante muchos siglos se sostuvo que la labor del médico era hacer todo lo que estaba en sus manos, pero en última instancia la voluntad de Dios dispondría el resultado final.
Desde este credo impuesto, la salud como estado de plenitud total se halla afuera, emanará del terapeuta, del médico y del medicamento, de la medicina que purga y mata lo que nos afecta (1) y lo que no también (2), de la cirugía que extirpa, de la sobredosis de vitaminas, etc.; por lo tanto, la salud no es un estado natural, intrínseco, coligado al ser humano, la salud "provendrá del afuera".
El concepto anterior se transformó en el caldo de cultivo ideal para las grandes multinacionales farmacéuticas: “El gasto en salud está creciendo más rápidamente que el resto de la economía internacional, y representa el 10% del producto interno bruto (PIB) mundial… El gasto sanitario está aumentando en promedio un 6% anual en comparación con un 4% en los países de ingresos altos… Los gobiernos se hacen cargo en término medio del 51% del gasto sanitario de un país, mientras que más del 35% del gasto sanitario por país se sufraga mediante pagos directos. Una consecuencia de ello es que cada año 100 millones de personas se ven sumidas en la pobreza extrema.” (OMS, 2019)
La degradación del aire, el agua y la tierra, la comida que consumimos producida en base a la industria agroquímica, organismos modificados genéticamente, mezcla de conservantes y colorantes, hormonas, pesticidas y otros artificios, sumado el stress de nuestras condiciones laborales y del hacinamiento al que llamamos vida en sociedad, también son el origen de nuevas enfermedades y de la depresión de nuestro sistema inmunológico; en definitiva son los resultados de la falta de amor a nosotros y a la naturaleza.
Así llegamos a la proliferación desmedida de “especialidades cada vez más especializadas”, de medicamentos que intentan aliviar las dolencias del cuerpo sin transmutar sus causas, convirtiendo a la salud del ser humano en una utopía necesaria a los intereses de la medicina mercantil, tanto alopática como complementaria en algunos casos.
¿Por qué no incitar y procurar un estilo de vida, que estimule la salud?
Un proceso que persiga el pleno bienestar antes que el “tener que” sanar, ha de tener consecuencias favorables inmediatas en el proceso de sanación, o por lo menos mejoraría la calidad de vida del paciente.
Un sistema basado en la prevención, en la salud, antes que, en la disminución de los síntomas de la enfermedad, enfrentaría directamente al proyecto de sometimiento del sistema mercantil totalitario, comandado por las jerarquías de la oscuridad que intentan la servidumbre de la humanidad por medio de su ignorancia, de la pérdida de su conciencia.
Pero, a la concepción dualista de Platón le salió al encuentro Spinoza. El filósofo neerlandés sostuvo y transmitió algo distinto: el alma estaba en el cuerpo, y el cuerpo en el alma, ambas cosas estaban integradas, o mejor, que ambas eran uno. Básicamente para Baruch de Spinoza lo sagrado es toda la naturaleza en sí misma, esto básicamente quiere decir que Todo es Dios.
Este concepto fue tomado por Albert Einstein, declarando en multitud de ocasiones cuando le preguntaban sobre su creencia religiosa, él respondía: "creo en el Dios de Spinoza".
Volviendo a la definición de “salud” y teniendo en cuenta lo antes dicho, hay una acepción alternativa. En latín ese término se elevó más tarde a la categoría diosa: “Salus”, cuya raíz es el adjetivo “salvus”, su étimo en sanscrito es “sárbah”, que significa “entero”, y en griego “hólos”, “entero” o “total”, origen de la palabra holístico.
Es necesario estar “entero” para afrontar los requerimientos que el medio ambiente nos exige. Nuestro cuerpo, mente y energía, hoy en día se debaten en exigencias distintas, estamos sumergidos, la gran mayoría de nosotros, en un medio ambiente cuasi artificial, que demanda un superávit de nuestro sistema inmunológico para mantener nuestra salud que generaciones anteriores no requerían.
“La salud, según Georges Canguilhem, no es más que este superávit de recursos que permite al ser vivo responder a las infidelidades del medio ambiente. Gozar de buena salud, dice, es poder abusar impunemente de la propia salud. La enfermedad y la muerte sobrevienen cuando no queda margen y las exigencias del medio cambian o aumentan” (Tournier, 2000)
Debemos considerar la salud en términos positivos. La salud física es vista como algo más que la mera ausencia de síntomas de debilitamiento. Se manifiesta en un cuerpo bello y grácil, vibrantemente vivaz, no simplemente libre de enfermedades. Un cuerpo así indica el funcionamiento de una mente calmada y clara, en la que no hay conflictos reprimidos. Similarmente, la salud emocional es definida de un modo positivo: consiste en tener plena posesión de nuestras facultades, y la plena gama de nuestros sentimientos. Naturalmente, esta definición incluye la capacidad de sentir y expresar plenamente nuestra sexualidad. (Lowen, 2010)
Es la enfermedad la que ha llamado a la reflexión sobre la salud, para Nietzsche estar enfermo es más instructivo que estar sano, el aprendizaje, en un 50% proviene de la adversidad, y el otro 50% de la asociación de ideas; por lo tanto, para el filósofo, lo que nos enferma es más necesario que la medicina.
En muchos ámbitos de la seudo mística, la enfermedad se ha considerado una suerte de castigo al pecado, a la culpa, identificándola con el karma, con la contaminación; como consecuencia el sanador se convierte en maestro (y casi sacerdote) que modifica la dirección causante del “castigo”. Pero no siempre la enfermedad obedece a un karma, o es producto de la contaminación, a veces “simplemente” se trata de aprendizaje. Los árboles de hoja caduca no “pagan karma” cuando sus hojas se resecan cayendo al suelo en cada invierno.
Así, el doliente busca la causa de su enfermedad fuera de él y el “sacerdote” busca entonces la etiología para atenuar la dolencia por dos sendas: por el placebo de la vía afectiva y por el suministro de la medicina.
La medicina se centra en la pesquisa y tratamiento de elementos etiológicos tales como genéticos, nutricionales, emocionales, tóxicos, parasitarios, infecciosos, energéticos… Entonces las medicinas salen al cruce con vitaminas, complementos, antialérgicos, antibióticos, analgésicos, purgantes, plantas y demás.
A lo largo del tiempo la práctica de la medicina se ha convertido en un proceso administrativo. Debido al concepto dualista cuerpo-mente de Platón y al desconocimiento de sí mismo, el ser humano de a pie, no experto en patologías, ha permitido que el sistema administre su salud por medio de las medicinas que vienen de afuera, debido a que la salud es cuestión de suerte, “lo que me afecta viene de a fuera y no puedo controlarlo, inclusive mi yo, no es mi cuerpo”.
Debemos cambiar de paradigma, empoderar y colaborar de forma colectiva de cara a nuestro propio bienestar, alcemos las voces al unísono: “Nuestra salud es mi responsabilidad”. Este cambio de paradigma es el que permitirá que la salud no sea una cuestión de suerte ni administrativa, teniendo como eje mezquinos intereses.
Por la razón anterior, la rebelión quizás sea el único camino para reconquistar lo que las "Organizaciones Mundiales de la Salud" intentan arrebatarnos para la explotación y manipulación futura.
Es necesario en estos tiempos empoderarnos de nuestra salud, de nuestra capacidad para sanar y sobre todo no enfermar.
1. Virus, hongos, bacterias, etc. 2. Por ejemplo, la flora intestinal.
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