“El nitrógeno presente en nuestro ADN, el calcio de nuestros dientes, el hierro de nuestra sangre, el carbono en las tartas de manzana… todos fueron creados en el interior de estrellas que chocaron entre sí. Estamos hechos del material de las estrellas.”. “El universo es un sitio bastante amplio. Si solo estamos nosotros, me parecería un auténtico desperdicio de espacio.”
Carl Sagan
San Ramón está ubicado en el departamento de Canelones, Uruguay. Esta ciudad limita con el departamento de Florida por medio del río Santa Lucía, cuyas aguas provienen de las sierras de Minas.
Si alguien visita este río, en sus altas barrancas, apreciará una capa de óxido de hierro, delgada plataforma subterránea que se extiende por toda la ciudad. En las arenas de este río se han encontrado decenas de especímenes prehistóricos que datan de miles de años. Por ejemplo, se encontró el caparazón de un Gliptodonte con un peso de 600 Kg siendo la mejor conservada del país. Su característica principal era su capa protectora, un caparazón que lo blindaba y protegía de los depredadores de la época.
1988 fue un año muy particular para los habitantes de esta localidad, en ese año, un insólito hecho -que ya tenía precedentes- adquirió trascendencia internacional: OVNIS habrían sido vistos en la dejando huellas en los campos cercanos al río Santa Lucia. El primer objeto fue visto por un niño de ocho años y su tío, pero en los días siguientes, más vecinos habrían tenido la oportunidad de ver extrañas luces en el cielo, causando asombro e incertidumbre a todos los habitantes.
En efecto, no era la primera vez que sucedían hechos insólitos y de semejante magnitud. En el barrio que dista a unos cuatrocientos metros de donde se dieron los primeros avistamientos en el año 88, una familia habría tenido una experiencia extraña e insospechada.
Hoy, una de las testigos que guarda memoria de los hechos ocurridos cuenta con 93 años (entrevista realizada en el año 2020), pero con una lucidez envidiable y una memoria de elefante.
Se trata de María Elena Acuña, oriunda de San Ramón, Canelones. Hija de Doña Gregoria Díaz y José Acuña, trabajadora del servicio doméstico y repartidor de diarios respectivamente, además de peón de las trillas, -procedimiento que se hace con los cereales tras la cosecha-, para separar el grano de la paja.
¿Dónde escuché esto antes…?
Hace 66 años aproximadamente el barrio no tenía la cantidad de construcciones que tiene hoy en día. Fue una noche de verano muy oscura, tal vez enero.
Mirta Cañellas la hija de Elena, tenía tres años y sus abuelos la visitaban día por medio. Esa noche llegaron con un farol en mano y tomaron asiento en el patio trasero de la casa, que poseía una amplia visibilidad al este.
El fondo de la casa estaba totalmente descampado y en momentos podía verse alguna estrella reflejada en la laguna cercana, a la izquierda de esta, había una vertiente de la cual la familia se abastecía de agua.
- Cuénteme que sucedió aquella noche abuela. –Le dije ansioso a la entrevistada de noventa y cinco años-
- Estábamos todos sentados afuera, había calor, mi padre estaba tomando mate amargo. En los días de mucho calor la infusión amarga refresca al cuerpo. Y empezamos a mirar una luz que nos encegueció. Eran las 22:00 horas aproximadamente.
El suceso ocurrió a unos 50 metros de donde se encontraban tomando mate. Uno de los testigos, sorprendido, señaló al terreno en el cual se encontraban una casa y estructuras en plena edificación.
Tratando de darle una explicación lógica a lo que estaban viendo, recordaron que era posible que la familia propietaria de la finca –cuñado de Ruben, esposo de María Elena– estuviera de paso, dado que ellos residían en Montevideo y frecuentaban la zona.
De forma apresurada, entraron a Mirta a su dormitorio. Aún hoy en día, Mirta de 69 años recuera claramente el alboroto de aquella inolvidable noche.
Y María Elena continuó su fascínate relato…
- Y se veía clarito. Aquella luz iluminaba el interior de la casa, aunque estuviera la puerta cerrada se apreciaba todo su interior con detalles.
- ¿A qué altura estaban las luces?
- Subían y bajaban, las luces se hallaban cercanas a un poso de agua. Subían y bajaban. -Enfatizó-
- ¿Qué decidieron hacer entonces?
- José llevaba una faca y Ruben un revolver. Armados decidieron ir a inspeccionar la zona, dado que temían por ladrones que fueran a robar las herramientas que se hallaban en la obra de la finca cercana.
Pero fue aún más insólito observar al llegar, que no había absolutamente nada y la oscuridad reinaba en el lugar.
- Oscuro como “boca de lobo”. –Continuó su relato la abuela–.
- “¡Está ahí José, mira!”. –Dijo María Elena–. Nosotros lo veíamos clarito desde lejos y ellos, estando más cerca, no veían veían ninguna luz.
- “¡Aquí no hay nadie ni nada!” –Apuntaba Ruben a la distancia–.
- ¡¿Cómo puede ser si nosotras vemos todo desde aquí?! –Señaló la abuela sorprendida–
Los valientes hombres, ubicados en el lugar exacto donde se estaba produciendo el fantástico suceso, no veían absolutamente nada. No veían fuentes lumínicas de ningún tipo, y menos objetos que bajaran o subieran, estaban inmersos en la total oscuridad. No obstante, para las damas, ellos estaban totalmente rodeados de luz, y aquellos objetos continuaban con sus antojadizos movimientos.
Después de haber inspeccionado la zona los hombres regresan desconcertados, y por segunda vez vuelven a ser testigos del mismo incidente, retornando al lugar nuevamente. Sin apreciar nada, regresan al patio trasero de su hogar donde se encontraban anteriormente.
El fenómeno duró varios minutos y el intento de poder dar con aquellas luces fue inútil, dado que, al intentar acercarse al lugar, estas desaparecían como por arte de magia para los ojos de los hombres, pero no para las señoras que sí las podían ver a la distancia.
Otro vecino –hoy fallecido– también apreció el fenómeno en ese momento.
Extracto del libro "Un ángel en la Plaza Independencia" Haz clic aquí para leerlo.
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